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LAS MALAS OBRAS COMIENZAN AL COMENTARLAS (2)

Parece al revés, porque todos sabemos que las malas obras de unos provocan críticas o comentarios en otros, pero es cierto también que esos comentarios, aun cuando lleven la apariencia de censura o desaprobación, son causantes muchas veces de que los débiles cometan las mismas acciones que se pretende criticar. De ahí que las acciones y los comentarios se sucedan unos a otros a la manera de la infantil pregunta: «¿Quién es primero, el huevo o la gallina?»
Lamentablemente, muchas personas que son incapaces de inventar una calumnia, tienen arraigada la idea de que no hacen mal al contar a otros los errores de sus semejantes, como si ellos tuvieran derecho a decir todo lo que no sea mentira.
«Yo lo vi», o «Quien me lo dijo es de mi confianza», es casi siempre la pobre excusa de los murmuradores, sin comprender que con sus palabras se dañan a sí mismos, además de dañar a aquellos que le prestan oídos. El que actúa mal es perjudicado por sus propias obras, no por lo que se diga de ellas; en cambio, los murmuradores se van manchando a sí mismos a la vez que contaminan a los débiles que se enteran de su relato.
En muy pocas personas hay suficiente fortaleza de carácter como para obrar independientemente del ambiente que les rodea. La mayoría se deja influenciar tanto por el buen ambiente como por el malo; es decir, hacen lo que otros hagan, como dice el refrán: «¿A dónde va Vicente? A donde va la gente». Si además de los malos ejemplos que le toque presenciar a cada cual, se les hace conocedores de otros tantos que no presenciaron, esos malos ejemplos propagados aumentarán la propensión general al mal hacer; por eso repito: Las malas obras comienzan al comentarlas.
Si está en la capacidad de alguien señalar el error al mismo que lo cometió, debe señalárselo en la mejor forma posible, o comunicárselo a otra persona capacitada para corregirlo; así estará contribuyendo a evitar que el error se repita. Pero de quien se dedique a los comentarios, chismes o murmuraciones, porque siente placer en dar publicidad a las malas obras ajenas, puede decirse que tiene un alma mezquina.
No ignoro todo el mal que hay en el mundo, y que no podremos impedir que se siga propagando la maldad, pero no por eso debemos permitir que la maldad nos use como canales para su propaganda, pues es imposible que un canal conduzca agua sin que él mismo también se moje.
Si la prosecución en cadena de hechos y comentarios se efectuara en el bien, entonces los resultados serían positivos. Bienaventurado el que así actúa; esa es una de las tareas del verdadero cristiano. Por eso dice un lema de nuestra iglesia: «Piense antes de hablar; hable del bien y ore contra el mal».

Spmay. B. Luis, Camagüey, 1967